A pesar de ser un político de izquierda, el nuevo Presidente de Perú, Pedro Castillo, tiene posturas antiaborto, en contra del matrimonio igualitario, el enfoque de género y la legalización de las drogas.
Lima, 30 de julio (Open Democracy).– El lunes 19 de julio el Jurado Nacional de Elecciones (JNE) confirmó la ajustadísima victoria de Pedro Castillo Terrones, candidato presidencial de izquierda en Perú, casi seis semanas después de la segunda vuelta en la que se enfrentó a Keiko Fujimori, hija del expresidente Alberto Fujimori.
Después de haber promovido múltiples impugnaciones desde su partido, Fuerza Popular, Fujimori dijo finalmente que reconocía la victoria «porque la ley así lo demanda». Sin embargo, calificó el anuncio del JNE como ilegítimo, dejando abierta la puerta a una impugnación continua del Gobierno salido de las urnas y a perpetuar la crisis política sine die.
No cabe duda de que, con una victoria por un margen de solo 44 mil 080 votos de un total de 17 millones 628 mil 497 emitidos, la tensión en Perú se va a proyectar toda la legislatura.
¿QUÉ TRAE CASTILLO?
Pedro Castillo representa a Perú Libre, partido de izquierda y, quizás para enviar un mensaje a su electorado popular en este sentido, uno de sus primeros anuncios fue que renunciará a su sueldo y que, además, pedirá rebajar a la mitad el sueldo de los congresistas. Sin embargo, Castillo ha manifestado posturas muy poco progresistas como oponerse al aborto, al matrimonio igualitario, al enfoque de género o a la legalización de las drogas.
Lo anterior muestra que, posiblemente, el nuevo Presidente traerá mecanismos populistas para complacer al pueblo, pero optará por políticas públicas conservadoras, al menos en lo social y de derechos civiles.
Es un altísimo honor llevar las demandas y la voz ciudadana, especialmente de los pueblos oprimidos. Forjemos un país a la altura de su milenaria historia, un país del cual las generaciones venideras se sientan orgullosos. Queridas hermanas y hermanos, no los defraudaremos. pic.twitter.com/GZUiD0bZC2
— Pedro Castillo Terrones (@PedroCastilloTe) July 28, 2021
En una entrevista con RPP Noticias, noticiero peruano, Castillo afirmó que él viene «de una familia que me ha inculcado valores y me ha criado con las uñas cortadas y eso lo voy a trasladar a mi pueblo. Primero es el pueblo, primero es la familia y primero es el país que me ha parido para defenderlo.”
Castillo es un maestro de escuela rural que surgió en la escena pública en Perú hace cuatro años como líder de una huelga nacional. Promueve constantemente valores familiares y cita pasajes de la Biblia para apelar a la moral y justificar su rechazo frente al aborto, al matrimonio igualitario o a la eutanasia, entendida como el derecho a morir dignamente que la Iglesia rechaza.
Lo que esto muestra es que, aunque haya ganado la izquierda, Perú mantendrá su talante conservador. Lo cierto es que Fujimori y Castillo, en sus respectivas posiciones, tienen más en común que opuesto frente a los temas que conforman la agenda del siglo XXI en Latinoamérica.
Esto es coherente con la estrategia que usó Castillo para ganar: apelar a las emociones de la población pobre de Perú, especialmente en el ámbito rural. Su eslogan era «No más personas pobres en un país rico», y logró que muchos decidieran apoyarlo.
Pero su victoria abre demasiadas incógnitas lo que hizo que el Sol, la moneda peruana, llegase a un bajo sin precedentes contra el dólar estadounidense.
EL PODER DETRÁS DEL PODER
Esta historia, sin embargo, tiene otro protagonista: Vladimir Cerrón, el hombre que impulsó a Castillo a las elecciones y dueño y señor de su partido político, Perú Libre.
Cerrón, influyente neurocirujano y exgobernador de Junín, región amazónica, soñaba con lanzarse a la presidencia. Sin embargo, su candidatura fue vetada, lo que le decidió poner a Castillo como candidato del partido. Ahora, con Castillo en el poder, será la relación entre ambos la que determine, en gran parte, lo que ocurra con el nuevo Gobierno.
Durante la campaña, Cerrón fue problemático para Castillo, que quiso moderar un poco su discurso populista, cosa que a Cerrón no le gustó; él mantuvo sus posiciones radicales contra las élites. Como respuesta, éstas trataron de difundir la idea de que, si ganaba Castillo, Perú sería la próxima Venezuela (argumento, el del fantasma castrochavista, que también se ha usado en países como Colombia, Ecuador o Brasil para disuadir a los electores de votar por un candidato de izquierda).
Aunque no se ha podido probar, las autoridades peruanas acusan a Cerrón de haber sido una de las cabezas ideológicas de Sendero Luminoso, grupo terrorista de fundamentos maoístas muy activo en los años 80 y 90 del siglo pasado, y que ya fue desarticulado, aunque a un alto precio en vidas y violaciones de los derechos humanos.
Queda clara entonces la brecha entre Cerrón, que se autodenomina como marxista-leninista, y el más pragmático Castillo. Ahora falta ver cómo actuarán los 37 congresistas que tiene Perú Libre y cómo se dividirá la influencia entre uno y otro.
El distanciamiento entre ambos, sin embargo, ya ha sido evidente. El 25 de mayo Castillo dijo en una entrevista que era él quien tomaba las decisiones y recordó que Cerrón está impedido judicialmente para participar en oficios del Estado. Mientras tanto, Cerrón, al hablar sobre el Gobierno de Nicolás Maduro, dijo que «La izquierda debe aprender a quedarse en poder», levantando fuertes críticas ante la referencia a la situación venezolana, donde millones de ciudadanos han huido de su país por las condiciones paupérrimas de vida y por el miedo a un régimen represor, autoritario y corrupto.
Con Castillo en el poder, pero con una victoria muy mínima, Latinoamérica será testigo de una nueva pugna política en la que el Presidente de Perú tendrá que demostrar cuál es su camino y cómo lo va a implementar con la figura más poderosa de su partido en su contra. El nombramientos de los miembros del ejecutivo será clave para determinar si el rumbo que toma Castillo es el de la moderación y el pragmatismo o el de la radicalización.
Castillo además tiene ante sí un desafío descomunal porque Perú reclama com urgencia estabilidad y esto pasa por recuperar el prestigio de las instituciones democráticas, ser eficaz en la lucha contra una corrupción muy extendida en la política y en el sector privado, recuperar la economía sin espantar a los mercados y atajar de una vez la pandemia que ha llevado a ser el país con mayor tasa de mortalidad por COVID-19 del mundo. Para ello, necesitará sentido de Estado y capacidad política de entendimiento con una oposición fujimorista que se anticipa feroz, pero también necesitará muchísima suerte.